Cecilia: Gracias a la vida (1970)

Cecilia Pantoja Levi (conocida como Cecilia, La Incomparable), ha sido una de las artistas más importantes de la música popular chilena y especialmente del movimiento de los años ‘60 conocido como La Nueva Ola, del que se la llegó a denominar su reina.

En el año 1970, de la mano del sello CBS/Philips grabó un disco en que propuso versiones muy diferentes, de estilo progresivo, de dos clásicos de la Nueva Canción Chilena: Gracias a la Vida, de Violeta Parra; y Plegaria a un labrador, de Víctor Jara.

Además de estas dos joyas, el álbum también incluye uno de los temas más famosos del repertorio de Cecilia: Compromiso, tema que en los años ‘90 sería rescatado y llevado nuevamente a los primeros lugares de popularidad con la versión que de este hicieron Javiera Parra y Los Imposibles.

Un disco raro, escaso, difícil de conseguir, que aquí les dejo para que lo puedan escuchar completo.

Comentario de Marisol García:

Cuenta la leyenda que cuando Violeta Parra escuchó a Cecilia Pantoja cantando su “Gracias a la vida” corrió donde sus hijos y les dijo: «¿Ven? Es esto lo que ustedes deberían estar haciendo». La anécdota es atractiva, pero del todo improbable: este disco apareció tres años después de la muerte de la folclorista, y, aunque el single principal se editó en 1969, no creemos que Cecilia haya amasado esa versión demasiado tiempo antes en vivo. En los años en que Violeta Parra ubicaba por primera vez al canto chileno en París, la de Tomé agitaba las ondas radiales chilenas con traducciones de hits italianos. Una cantaba mirando el suelo; la otra, lanzando besos «de taquito» al público. ¿Habrá bailado la primera, alguna vez, “Baño de mar a medianoche”? ¿Qué habrá pensado la segunda de esos desgarros de desamor emitidos desde la Carpa de La Reina?

Nada unía en apariencia a las dos más divergentes reinas de la música popular chilena en los años sesenta, y, sin embargo, no es difícil adivinar la simpatía que deben haberse tenido. Rebeldes ambas a los rígidos moldes de femeneidad impuestos por la industria del entretenimiento, los periodistas conocían bien de sus respectivos enojos, y sus cercanos sabían de sus tormentos en el amor. Ambas eran, además, estrictas en la grabación de estudio, y desde géneros muy diferentes elevaron sus respectivos discos a alturas nuevas para el canto local. Su interpretación excedió los códigos de cualquier estilo conocido hasta entonces, y estuvo siempre intrincada a la intensidad de sus personalidades.

Como la de toda gran figura popular, la discografía de Cecilia necesitó, en algún momento, comenzar a dialogar con otros géneros e imponer su parecer por encima del de la moda o las exigencias comerciales. En la biografía Cecilia, la vida en llamas, se observa que, a partir de 1969, la cantante comenzó a evidenciar una transformación vinculada «tanto con un proceso personal como con los fenómenos sociales y culturales que estaban en marcha en el país». Explica allí el periodista Cristóbal Peña:

«La transgresión era un deber, y una de las primeras en obedecer al llamado fue Cecilia Pantoja Levi. Mucho antes que sus pares de la Nueva Ola y que varios rockeros melenudos. Antes incluso que los folcloristas, punta de lanza de la vanguardia de la época. Guíada por Valentín Trujillo, lo que ella hizo desde entonces, al menos como gesto simbólico, fue unir los tres vértices de la música popular chilena de la década: Nueva Ola, folclor y rock».

Luego de haber abandonado EMI-Odeón, la dupla Pantoja-Trujillo pudo continuar sólo porque el director de orquesta consiguió un permiso especial de esa casa discográfica para cumplir un encargo puntual para Philips. A su disposición, el pianista puso recursos por completo atípicos en la música de la época. El trabajo de arreglos, coros y selección del repertorio (con temas que abarcaron a autores tan disímiles como los españoles hermanos García Segura y Víctor Jara) es de un riesgo e imaginación asombrosos, y hace que, pese a su aparente amabilidad radial —a falta de una mejor etiqueta, Cecilia describió esta mezcla como «folk internacional»—, este LP se escuche como un manifiesto autoral profundo, con plena propiedad para asociarse a la vanguardia pop. Dos de los doce temas son composiciones de la cantante (pese a que en el disco eligió acreditarlas al seudónimo Rossy Cubillos): “Tengo mi cielo” es una balada de inicio ingenuo que se ilusiona con un amor aún inasible («si yo te tengo conmigo / podré decir: “al fin / tengo por qué vivir / acá en la tierra yo tengo mi cielo”»), y que va tomando fuerza para terminar acomodando violines, trompeta y guitarra eléctrica junto a una voz inquietante, que parece estar ofreciendo una relación a la vez tierna y amenazante. “Canto para ti”, en tanto, recoge ideas de la ranchera y el bolero, haciendo avanzar una declaración de amor apoyada sobre una impecable percusión caribeña. El resto privilegia la temática amorosa, aunque no hay entre canciones un ánimo romántico consistente: “Mudos testigos” es la soledad y el despecho; “Habla”, la ansiedad derivada de la incomunicación; el bossanova “Esa flor”, la añoranza por el pasado; y “Hace tanto que no amo”, la más oscura desolación vestida de bolero electrónico: «Es tan poca la fe y esperanza que en mí tu dejaste / que yo vivo esta vida deseando que pronto se acabe».

Su fantástica versión para “Un compromiso” había sido difundida hacía rato vía single, pero se acopló a este disco como adecuado acento para un recorrido por las diversas caras de la pasión amorosa por el que Cecilia avanza con pasmosa ductilidad vocal y convincente involucramiento. Tal como precisa la biografía antes citada, éste fue el disco de una Cecilia ya adulta, cansada de la dulzura a la que la obligaba su figuración juvenil, y dispuesta a cantar con el desgarro y compromiso de quien ya sabía de sinsabores. «¡Ya está bueno que nos dejemos de remilgos y siutiquerías!», pidió en una entrevista de promoción para el álbum. Y si abrir un LP con un tema de Violeta Parra no era suficiente prueba de ese nuevo ánimo, cerrarlo con “Plegaria a un labrador”, de Víctor Jara, no podía dejar lugar a dudas. Aunque no había en esa elección un gesto político particular («ella estaba más allá de las coyunturas, trasversal a las tendencias», explica Peña), sí era la excusa perfecta para establecer sin titubeos que la cantante hablaba en serio cuando exigía para sí un nuevo camino como intérprete, al fin abierto a los conflictos sociales de su país y a las exigencias de los géneros de mayor experimentación. “Plegaria a un labrador” es aquí una oda que descoloca por completo al auditor: parte con la línea de un órgano eléctrico casi espacial, avanza a golpes cuando corresponde («¡le-ván-ta-te / y mírate las manos!») y de pronto explota en violines inspirados en la Quinta Sinfonía de Beethoven, para luego volver, tranquila, al órgano casi aséptico del inicio. El final es una arremetida orquestal sobre la que Cecilia se ubica dando auténticos alaridos de «¡Amén! ¡Amén!». El oyente es remecido por una interpretación asombrosa, que probablemente refuerza mejor que cualquier otra versión el sentido de urgencia que pretendía darle Víctor Jara a ese envalentonamiento obrero.

Gracias a la vida terminó siendo el último álbum de estudio de Cecilia y, como otros grandes discos históricos, le acarreó a su protagonista más problemas que beneficios: sus ventas fueron discretas, su sello no lo comprendió, y sus fans recelaron del inesperado giro en su estilo. Cecilia se sumiría al poco tiempo en una sucesión de malas decisiones que incluyeron un frustrante viaje promocional a México y la formación de un sello discográfico propio. Es fácil creer que su decadencia fue parte de un fenómeno más amplio de agotamiento de la Nueva Ola, pero este disco fantástico prueba que su desaparición de los escenarios ocurrió precisamente al revés, cuando la cantante más tenía qué ofrecer y más sólida parecía su identidad artística. De Edith Piaf a Marvin Gaye, el desencuentro momentáneo de talento y suerte promocional ha marcado la vida de varios de los cantantes más interesantes de la historia, y Cecilia no es una excepción. Lo difícil que es dar con este disco emocionante es otro signo elocuente de que en el maltrato al patrimonio musical chileno quienes hemos salido perdiendo hemos sido, al final, nosotros mismos.

Marisol García
Fuente: Descatalogados

Canciones:

  1. Gracias a la vida (Violeta Parra) 3:46
  2. Canta junto a mí (Doolitle – Bianco) 2:58
  3. Tengo mi cielo (Cecilia Pantoja) 2:44
  4. Llora llora (María Pilar Larraín) 3:45
  5. Cuando sale la luna (José Alfredo Jiménez) 3:38
  6. Habla (Cecilia Pantoja) 2:49
  7. Una compromiso (Hermanos García Segura) 2:46
  8. Hace tanto que no amo (Daría Pantoja) 3:42
  9. Esa flor (Ricardo Jara) 3:34
  10. Canto para ti (Cecilia Pantoja) 2:20
  11. Mudos testigos (C. Morado) 3:27
  12. Plegaria a un labrador (Víctor Jara) 5:37

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9 comentarios en «Cecilia: Gracias a la vida (1970)»

  1. Gracias por darme la oportunidad de escuchas este maravilloso disco.
    me transporto a días en el campo junto a mis tías escuchando estos algunas de estas canciones.

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  2. Qué cojones de Cecilia con la interpretación de Plegaria para un Labrador… con todo el respeto a herir sentimientos, pero es la mejor versión de todas las que he escuchado! Y que buenos arreglos orquestales, gracias por compartir esta joya. Sin duda una joya.

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    • Hola! Hoy con la tecnología todos pueden hacer cambios en esos años era más difícil,además el público u oyente estaba más acostumbrado a escuchar siempre lo mismos. Pasó algo parecido con el folclore Violeta Parra presentó otro tipo de folclore al igual que Víctor Jara

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  3. Espectacular albúm de Cecilia ,la incomparable… Muy versatil, se adpata plenamente a este tipo de canciones del nuevo canto…Magistrales los acompañamientos magistrales del maestro Valentin Trujillo..Felicitaciones.. Son temas no muy tocados por los medios chilenos,..
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