Ángel Parra: «Cuando mi mamá pintaba en París nos decía, esto es para el pueblo de Chile»

En Francia, el cantante retoma su vida después de un año luchando contra un cáncer triple. En octubre inaugura el Museo Violeta Parra en Santiago.

Por Erika Olavarría, París 20 de septiembre del 2015
Fuente: La Tercera


“¿Te has sentido bien papi? Tenís buena cara”. La voz de Javiera Parra se escucha al otro lado del computador. Una sesión de skype entre la cantante y su padre, Angel Parra, interrumpe por algunos minutos la entrevista en su estudio de París. “Me siento bien, después de la quimio quedo como volao, pero vivo mi vida, me tomo mi kir y sigo viviendo lo más normal posible”, responde el músico.

La familia ha estado más presente que nunca este último año en la vida del hijo de Violeta Parra. Hace casi 16 meses le detectaron un cáncer al pulmón que posteriormente hizo metástasis en el hígado y el colon. A Parra, que dejó el cigarro hace 23 años tras una gira en Japón de donde volvió “asqueado” por la cantidad de fumadores, la enfermedad le obligó a reorganizar su vida.

Primero, suspendió el viaje que tradicionalmente realiza a Chile cada año entre octubre y febrero. Eso significó postergar también la promoción de su nuevo disco, Mi primer tango en París, donde interpreta varios clásicos del ritmo rioplatense. Y quedarse, como dice un tango de Gardel, “anclado en París”.

En la capital francesa presentó la versión gala de Bienvenido al Paraíso, su séptimo libro, que cuenta la historia de un exiliado que vuelve a Chile después de tres décadas en el extranjero. “La escritura en prosa me vino tarde, hace unos diez años. Yo conozco el mundo de las décimas, que son cuatro y una despedida, 50 versos en total. Además, con mi mamá aprendí la cueca que es cortísima, dura un minuto y 20 segundos, en que hay contar una historia con su comienzo, medio y fin, como un suspiro. Para los cuentos y las novelas, en cambio, es al revés, escribes, escribes e inventas…Y la verdad, yo soy muy mentiroso, me gusta ese mundo de fábula”, cuenta entre sonrisas.

Ficciona, pero la vida de Andrés Fuentenegra, el protagonista de Bienvenido…, tiene más coincidencias que diferencias con la suya. Después de 30 años, decide regresar a Chile, o más bien lo obliga a ello su esposa Madeleine, que se enamora de un bandoneonista argentino “más interesante que él”. Y debe enfrentarse al fantasma de su pasado, a una familia que se ríe de sus canas y que siguió viviendo mientras él no estaba. “Los retornados llegan al país y se dan cuenta de que daba lo mismo que volvieran, y quieren ir al bar de la esquina y descubren que lo echaron abajo, que ya no existe”.

Bienvenido al Paraíso -reflexiona el autor- “cierra una trilogía sobre el Golpe y el exilio. Una serie que comenzó con Manos en la nuca, que es sobre el Estadio Nacional, pero con mucho humor y erotismo. Luego está El clandestino de la casa roja, y ahora éste”.

A través de la figura Fuentenegra, Parra aprovecha de enviar sus observaciones sobre el Chile actual. Es su “mirada política”, dice, y agrega: “Me quedé corto. Después de que salió el libro empezaron todos estos escándalos de Penta, Caval, Karadima, Ezatti, la corrupción en las farmacias y cada día sale algo”. Su mirada no es complaciente y habla también de las dificultades de los trabajadores, del sueldo mínimo (“¿Qué haces con 240 mil pesos?”) y de la ruda vida en las poblaciones, golpeadas por la droga. Una situación que cree no va a arreglar este Gobierno, al que dice le han hecho una contrapublicidad que ha surtido efecto.

Pero, según él, algo se ha hecho por la cultura. “Efectivamente, está el Festival de Teatro Santiago a Mil y nosotros vamos a inaugurar el museo de mi madre (La Jardinera). Me parece formidable que exista, pero como contenido no sirve. Porque no está dentro de un plan del tipo ‘eduquémonos juntos, salgamos adelante juntos’. El Festival, por otro lado, es una gestión que realiza Minera Escondida”, explica. Y añade: “Está bien, pero todos estos conciertos maravillosos en el Municipal, la ópera, etc., no sirven si la gente que anda drogada en las poblaciones o que no ha comido en tres días no puede recibir esa información. No puede recibir Bach ni Beethoven por mucho que Roberto Bravo vaya con el piano y ahora toque boleros. No es por ahí”

Colección original

En el escritorio del estudio de Parra, la foto de un óleo azul lo tiene bien ocupado. Es una pintura de Violeta Parra que no figura en la colección de la artista y que ésta le regaló a una amiga cuando estuvo en París, hace medio siglo. Su próximo viaje a Chile, en octubre, coincidirá con la inauguración del Museo de Violeta Parra, en el que participa indirectamente: “Cuando pintaba en París mi mamá nos decía, ‘esto que estoy haciendo no es para ustedes, es para el pueblo de Chile’”, recuerda. Y remata: “Con eso nos dejó la tarea. Y han pasado 50 años”.

La fundación a cargo del museo ha estado más bien “en manos de mi hermana”, explica Parra quien observa que “ya hay un cambio generacional y le tocará a nuestros hijos hacerse cargo”. También puntualiza: “El museo no lo abrimos nosotros como Parras, sino que el Estado gracias a la decisión de la presidenta Michelle Bachelet al fin de su primer periodo”.

En Chile seguirá su tratamiento y se jacta de que, al contrario de muchos pacientes oncológicos, se ha sentido “muy bien” y que “no se me ha caído el pelo”. Cada día sale a correr siete kilómetros, aunque este jueves llovió en París y se quedó bajo techo: “Cuando supe que tenía cáncer me dije, ‘he salido de otras’. De haber pasado un año en manos de los milicos en el Estadio Nacional, desde el campo de concentración de Chacabuco. Ahí no sabías verdaderamente lo que te iba a pasar, y eso sí que era una enfermedad grave de la cual murieron muchas personas. Yo creo en la ciencia y en el amor de mi mujer -la periodista Ruth Valentini, su compañera por 40 años-, sin la que no habría salido adelante”.

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