Agradezco al Instituto Ernst Bloch, a su director, Klaus Kufeld, a la ciudad de Ludwigshafen, a su intendente, Wolfgang Schulte y a Ulrich Beck, por su laudatio generosa que me lleva a creer que podremos, algún día no muy lejano, ver realizada la utopía del intelectual colectivo europeo por la que hace tanto tiempo lucho.
Soy consciente de que el honor de ser puesto bajo la égida de un gran defensor de la utopía, ahora desacreditada, maltratada y ridiculizada en nombre del realismo económico, me incita y me autoriza a intentar definir lo que puede y debe ser hoy el rol del intelectual, en su relación con la utopía y en particular con la utopía europea.