Entre mar y cordillera es el primer disco larga duración de Patricio Manns, producido por Camilo Fernández y publicado en 1966 por el sello Demon, bajo el número LPD-021. Incluye una de sus canciones más conocidas “Arriba en la Cordillera”. Todos los temas pertenecen en letra y música a Patricio Manns, excepto “Ya no canto tu nombre”, en que comparte autoría con Edmundo Vásquez. El tema n° 8 “Sirilla de la Candelaria” cuenta con la participación de Rolando Alarcón.
Dice en la contraportada del LP
Entiendo que las canciones no deben explicarse. Si ellas no defienden sus fueros por sí mismas, constituyen obras incompletas: un molino sin agua, por ejemplo; una espiga sin tierra o una tierra sin espigas. Por lo tanto, no explicaré estas canciones, pero sí, me propongo intentar algunos alcances acerca de las circunstancias.
Ante todo, éste es un libro cantado, un libro que guarda tierra, aire, piedra, árbol, elementos. Que atesora elementos desatados también: tempestades, relámpagos. Que recorre los caminos de la tierra, pero no mirando los caprichos del polvo, sino la evolución misteriosa de los pájaros en el espacio y al leñador luchando contra un roble que se defiende, que combate crispando todas sus grandes raíces mansas y que, sin embargo, sucumbe tronchado por el hacha. Y, aún antes, es un libro donde se cantan aspectos particulares de la gran tragedia humana: están aquí, en estos surcos del disco, que vagamente recuerdan el paso del arado mecánico por la tierra, la miseria; el trabajo suicida; la ley ancha y angosta a la vez; el amor amargo, (siempre olvido y ausencia, nunca plenitud); la guerra; la conquista; (nunca la paz pura); la fuga del perseguido; pero, por sobre todo, la muerte: la muerte de los pasos cordilleranos; la muerte de los mares; la muerte del socavón; la muerte en la fría calleja madrugadora alumbrada por el relámpago de la cuchilla y, apenas, una sonrisa corta y seca. Es, pues, un libro amargo, pero no amargado, y está cantado así para sacudir a aquellos que prosiguen durmiendo desdeñosamente luego de oír el grito que traspasa la noche como un estilete.
No creo que éste sea un trabajo definitivo, perfecto, ni mucho menos. Eso no interesa. Lo importante es que acorta en un día-luz lo que es necesario decir sobre la vida del hombre. Yo quise usar las canciones para contar. No en vano anduve a pie por Chile con los ojos abiertos. Así se ven innumerables cosas. Escribo, pues, con plena confianza en mis ojos y en mi corazón.
Y de aquí nace ahora una problemática nueva. Cuando la Poesía abandonó los lindes -bellos, pero estrechos al fin- del corazón humano y salió a bucear la vida en toda su dimensión; cuando metió sus dedos en el trabajo, en el garito, en la cárcel, en los hospitales, en los vicios, en los fusiles, en la guerra sin nombre y sin causa, para nadie fue un misterio que la Poesía comenzaba a ensanchar cada vez más sus horizontes. Pero ocurre que cuando ese mismo proceso alcanza a nuestra canción (y la canción también es poesía), un pequeño sector, frustrado y oscuro, aboga porque ella permanezca en el ciego metro de tierra que ocupaba, sin usar -a diferencia de los pájaros- las alas que su propia naturaleza le concede. (Y la canción también debe ser pájaro).
Siempre -ya lo sabemos- los cambios, los desarrollos forzosos, los intentos de búsqueda, o sea, lo que a la postre constituye la maquinaría medular del progreso, provoca cataclismos en los grupos humanos estacionarios. Pero también sabemos que finalmente la Historia impone su robusta cordura y que el mundo rueda y resbala en el espacio por un imperativo físico determinado por leyes inquebrantables. No es preciso que aquellos que desean seguir viviendo su apacible sueño pastoril, se plieguen a la gran ofensiva de los que quieren dignificar al hombre y justificar un día la descomunal sinrazón de su actual destino.
De los que, con el hierro del cañón, erigen la pureza del arado; de los que agudizan más la hoja del puñal para dar vida al bisturí; de los que desmantelan un tanque para saludar la mañana campesina con el ruido del tractor; de los que saltan a la cubierta del barco de placer y tiran desde allí las redes sobre la cara tormentosa del mar para quitarle el pan que el hombre aguarda. Esta es una hora de combate y en un combate en que está empeñada la humanidad entera, hasta una canción es filosa arma de batalla. Es tarea de estas generaciones realizarlo.
Falta tanto por hacer. Tarea también, en parte, de los autores jóvenes de Chile, que deben sumarse a lo que en esta materia hacen en otras latitudes: eliminar la tierra ajena; llenar de mástiles que regresan, los mares vacíos; devolver al bandido el derecho a reintegrarse a su sociedad humana, recuperar la dignidad de la hetaira morena aún no asesinada en una esquina de suburbio; asentar al pequeño vago de la hostil metrópoli y al peón trashumante que cosa con las puntadas de sus zapatos rotos, los caminos y las pampas. Y, sobre todo, conquistar la paz, el derecho a la vida y al trabajo, para que brille como una estrella más, allá, arriba en la cordillera.
Patricio Manns
Contenido:
- Arriba en la cordillera [Patricio Manns] (3:42)
- Vai peti nehe nehe [Patricio Manns] (4:19)
- El andariego [Patricio Manns] (2:03)
- Lautaro en el viento [Patricio Manns] (4:31)
- Un cuarto de Tocopilla · Mataron a mi morena [Patricio Manns] (2:56)
- Por la tierra ajena [Patricio Manns] (3:25)
- Bandido [Patricio Manns] (3:36)
- Sirilla de la Candelaria [Patricio Manns] (2:05)
- En Lota la noche es brava [Patricio Manns] (4:05)
- Ya no canto tu nombre [Patricio Manns – Edmundo Vásquez] (2:23)
- Los mares vacíos [Patricio Manns] (4:35)
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