Aunque fue publicado en 1967, las grabaciones que componen este primer álbum de Roberto Parra fueron registradas en la segunda mitad de 1965, mientras aún vivía su hermana Violeta, que lo acompaña en varias de las cuecas que integran el disco. El long play apareció bajo etiqueta del sello EMI-Odeón como parte de su serie El Folklore Urbano, con sonido monofónico (LDC-36259). Posteriormente, en una reedición en CD que hizo EMI en 1995, los temas aparecieron en versiones con sonido stereo.
Dice en la contraportada del LP original:
LAS CUECAS DE ROBERTO PARRA
Mucho antes de que fueran grabadas, algunas de estas cuecas habían dado ya la vuelta al mundo en las voces de algunos cultores del folklore que se ganan la vida cantando en París, Moscú o Amsterdam. Por ejemplo: “El Chute Alberto”, “El Afuerino”, “El 25 de enero”, como que esta última la escuchamos por primera vez en París hace unos años.
¿Quién es Roberto Parra, este cronista santiaguino que escribe sus crónicas con guitarra, tarro parafinero, tamboreteo y huifa, y a quien hubo que traer al estudio poco menos que amarrado para que grabara su primer long play? Al comentar un disco de la inolvidable finada Violeta Parra, su hermana, nos referimos a él como a un cantor popular que siente aversión por lo que llama “música en conserva”. Sólo la paciencia del incansable promotor de lo popular y folklórico que es el señor Nouzeilles, de Odeón, ha conseguido que estas verdaderas joyas del folklore urbano de las riberas del Mapocho queden registradas. El naipe de ases que constituyen los hermanos Parra, sus hijos y nietos, cantores todos — y adviértase que ellas y ellos cantan lo que inventan sin pedir jamás prestada una canción a nadie — tiene en Roberto a una de sus mejores cartas.
No sé qué edad tendrá Roberto Parra. Todavía es joven. Pero como es un cantor vagabundo de su país que “no se casa con nadie” por mucho tiempo; que trasnocha y bebe por gusto, que de repente cambia de oficio y se dedica a la jardinería o a la carpintería, que, en suma, no desea atarse a nada ni a nadie, sus canciones y cuecas tienen que ser defendidas de pérdida por abandono. Roberto Parra ha vivido cantando en cualquier parte, con la máxima de doña Pancha Lecaros: «donde me canso me paro”. En torno de las mesas tintineantes de mosto de las cantinas de los barrios bravos de Santiago, en festejos populares, y hasta en velatorios («velorios”) bien celebrados, ahí están sonando la voz penetrante y bien timbrada y el punteo violento de la guitarra de Roberto. Analícese cada cueca. No hay en ellas un verso forzado, de relleno. Aparece aquí cabalmente la fuerza de la improvisación, la identificación del cantor con lo cantado.
Generalmente usa el lenguaje del lumpen santiaguino, el siempre audaz y gracioso léxico del tipo fuera de la ley, lenguaje de crónica roja, de prensa amarilla, prostibulario.
De repente, el cantor o las tallas de sus acompañantes (otros Parras), nos hacen soltar la carcajada (“ Me dicen que me parezco a Rodolfo Valentino, que canto como Gardel….”, seguido de un “Sale p’allá!” de los que palmotean). Son versos cargados de dicharachos, sentenciosos, nunca procaces, pero desvergonzados. “Me sacan por la ventana del micro, un par de lentes, por ir con la jaula abierta, escarbándome los dientes….’’ Y a continuación el cantor nos pone en conocimiento del trabajito del lanza arriba del microbús, hasta en sus menores detalles. En otra cueca nos cantará sobre las calcetineras, las lolitas de la ciudad. Porque, además, siempre echa mano del término de moda, de la palabra torcida que acaba de aparecer en algún diario amarillo, grata al hampa y al señorito tallero.
Las tres cuecas carcelarias son una verdadera crónica viva del autor. Las tres fases del proceso del condenado a muerte, el arrepentimiento, la víspera de la ejecución, y la ejecución misma, aparecen realmente “vistos” por el cantor popular, desde dentro (del alma del pobre condenado) y desde fuera (el engrillamiento, el camino al banquillo, la venda sobre los ojos, los silenciosos fusileros y ¡cataplúm! los tiros. Finalmente la respuesta de los penados que escuchan la descarga, atronando el aire con gritos iracundos que parecen rugidos).
La música de las cuecas es apenas variada, de una a otra composición. Lo que importa es lo que el cantor dice, su protesta, o su lástima por el prójimo o el relato de unas fechorías, o la crónica de un crimen alevoso contada sin la menor piedad, como corresponde a un espectador acostumbrado a tales lacerías. ¡Pobre chute Alberto!; Lo mataron en el Canal Bío- Bío y «lo dejaron boca abajo, para que no cuente el cuento”. Roberto Parra, como los personajes de sus cuecas y tonadas, siente tanto respeto a la vida como a la muerte. Es decir, ninguno.
Por vía de ejemplo, comparemos este folklore urbano que viene historiando Roberto Parra, con el de Buenos Aires, o con el de Nápoles, ambos tan tremendamente caracterizados. En el primero, serán el compadrito o la muchacha milonguera, los personajes preferidos. Esos seres que viven al filo de la vida, constantemente arrojados de un lado a otro por la bullente marea de la gran ciudad. Todo esto contado en un lenguaje propio, funcional; con un lunfardo rico en expresiones y en imágenes poético-populares. Y aquel que utiliza la canzone napolitana, tanto la que se expresa en italiano como en dialecto. Naturalmente que estos dos últimos, aunque diferentes entre sí, acusan una riqueza de composición melódica y un cultivo más, por decirlo así, literario, del verso. El tango o la vieja milonga, se enraízan en un campo más europeo del canto popular, principalmente italiano. La canzone, en cambio, remonta su origen a la villanela; es decir, tiene en el pasado la misma noble ligazón que la ópera bufa. ¿Cómo podríamos establecer algún nexo entre estas expresiones y aquellas del folklore urbano que Roberto Parra cultiva en nuestra urbe, que a pesar de todo cuenta ya el mismo número de habitantes que Roma? Me parece que la respuesta es una. Por más que el progreso tecnológico, la alfabetización masiva y las diversas formas de reproducción del canto popular hayan desterrado casi por completo la invención popular y campesina en estado de pureza, es decir, trasmitida de persona a persona, lo popular y folklórico — a veces casi identificados — sigue dándose principalmente en los países en los cuales la ciudad aún no ha invadido al campo, masificándolo. De otra parte, en países en donde la diferencia entre el hombre del pueblo y el de la burguesía subsisten como categorías individuales.
Será, pues, estructuralmente más pobre el folklore urbano nuestro, que aquel que se da en las márgenes del Plata o a orillas del bel mare de Santa Lucía, pero él posee un rico venero típico, chispeante y amargo, que otros no tienen. Y es Roberto Parra, por ahora, su más caracterizado cultor.
ENRIQUE BELLO
Créditos:
Según indica Hannes Salo en la página cancioneros.com, participaron en este disco:
Roberto Parra (voz y guitarra)
Humberto Campos (guitarra)
Luis Bahamonde (acordeón)
Rafael Traslaviña (piano)
Iván Cazabón (bajo)
Violeta Parra (tarros en 4.1, 4.2, animación en 1.2, 1.3, 2.3, 3.1, 5,1, 5.2, 6.1, silbidos en 5.2)
José Giolito (batería)
Orlando Báez «Nano Parra» (animación en 4.2)
María Elena Báez (animación en 4.1 y 4.2).
Todas las canciones pertenecen en letra y música a Roberto Parra.
Contenido:
- La vida que yo he pasado – El chute Alberto – Ya se fue el mes de agosto (5:15)
- La ronda – El afuerino – 25 de enero (4:55)
- Me sacan por la ventana – Tirando la manga – El chirimoyo (5:21)
- El arrepentido – En capilla – En el banquillo (5:02)
- Una perra con un perro – Ya me voy d’espalda el loro – Detrás de las torpederas (5:35)
- Los parecidos – De puro cuaco – Atención calcetineras (5:16)