Cuarto larga duración de Violeta Parra. Fue editado en Chile por el sello Odeón en septiembre de 1959, como Vol. IV de la serie El folklore de Chile (LDC-36054). Reúne 15 tonadas recogidas por Violeta entre Santiago y Lautaro en 1959. La portada del álbum fue realizada por el pintor Nemesio Antúnez.
La primera edición del LP incluyó un librillo de 6 páginas en donde el álbum es presentado. No se indica el autor del texto, pero Hannes Salo, en cancioneros.com, indica que probablemente pertenece a Gastón Soublette, quien comentó varios de los discos publicados por Violeta en esa época. A continuación, transcribo el texto de este librillo:
Texto del librillo
Hasta el siglo XIX, en la mayor parte de los países, y desde luego en el nuestro, el folklore se encontraba aún en estado puro. Era posible captarlo en toda su integridad, pues todavía la reproducción fonográfica, el cine, las comunicaciones por tierra, mar y aire, no se prodigaban como hoy, o no existían. El progreso trajo la reproducción masiva, impuso la necesidad de lo popular. La repetición en serie de lo popular, sobre todo en música, arrasó con el folklore. Sólo los países que se han ocupado seriamente de la conservación de este acervo han permitido la supervivencia de los aires tradicionales. Chile es, en la América Latina, el pueblo menos conservador de tradiciones. El Estado, sólo por excepción, se ha ocupado de cosas tan importantes como son la preservación y estímulo de aquello que constituye, en medida no despreciable, una buena parcela del carácter nacional.
He aquí por qué la labor abnegada e inteligente de una mujer enamorada de la tradición musical del pueblo, como es Violeta Parra, merece los honores de un reconocimiento nacional sin precedentes. Ella recorre Chile desde hace años, de norte a sur, de este a oeste, armada de una guitarra y de una grabadora magnetofónica. Va y descubre detrás de las montañas, en donde las gentes aún no conocen el ferrocarril, a unas ancianas señoras campesinas que cantan como hace ciento o más años lo hacían sus antepasados, graba tonadas y cuecas, se sienta en el umbral de un rancho y se hace enseñar por las viejecitas las formas tradicionales, el tempo y el ritmo de los antiguos aires de la tierra. Un regimiento de folkloristas especializados no lo hubiera hecho nunca mejor.
Ahora sabemos por ella algo más del carácter de los antepasados campesinos, que fueron los fundadores de la economía chilena. Del humor tristón de los cantos a lo divino; del fatalismo ingenuo de las tonadas que se dicen los amantes despechados; de la gracia restallante de una cueca de trilla. En cuartetas y décimas que fluían espontáneamente del oído de los sencillos poetas de montaña adentro, el lenguaje se nos aparece ahora rico como no lo fue nunca después. En muchos casos debieron ser, sin embargo, estrofas de poetas analfabetos, o improvisaciones felices de cantoras que inventaban al calor de fiestas campesinas o aldeanas. Se trata de un lenguaje que debemos calificar de funcional, por lo necesaria que casi siempre resulta la deformación introducida al castizo, y que generalmente consiste en agregar o suprimir consonantes a una palabra, a voluntad, según sean las conveniencias formales requeridas por la música, el metro y hasta por el ritmo. En los países de tradición secular, como los europeos, en parecida forma surgieron los dialectos.
Violeta Parra entrega en este disco quince nuevas tonadas, recogidas en 1959 entre Lautaro y Santiago. ¡Cuánta montaña, cuántos ríos y bosques, cuánta costa de Chile entre estos dos puntos! Y entre cordillera y mar, remotas poblaciones campesinas, hasta donde no llega sino la carreta; tierras perdidas en el fondo de cadenas boscosas; aldeas de difícil acceso. De allí es la gente que canta y guitarrea con Violeta.
Se ha dicho alguna vez que el arsenal folklórico recogido por nuestra máxima divulgadora acusa la monotonía de los aires tradicionales y folklóricos de Chile. Es una apreciación superficial. En el sentido melódico y rítmico creemos que es tan rico como cualquier otro de la vastísima zona andina, por lo menos. Pero así como al público habituado a la música culta de occidente le resulta monótona y difícil de diferenciar una composición de la orfebrería musical de la India, por ejemplo, el análisis formal de una tonada en paralelo con otra de diversa región le parece imposible; son más o menos una misma cosa, se dicen. Escuchada con mayor atención, se verá en cambio que hay, entre una y otra, diversidad de tiempos, de ritmo, de color armónico. En muchas de ellas se entremezclan elementos autóctonos y reminiscencias coloniales con características regionales según la constitución antropológica zonal. Mientras mayor distancia geográfica separa a una región de otra —y Chile se alarga entre los paralelos 17 y 56—, más se acentúa esta diversidad folklórica, hasta en los instrumentos utilizados para acompañar el canto o la danza.
En las tonadas recogidas en este disco, Violeta Parra mantiene su respeto hacia los diversos estilos del canto campesino y aldeano. Ese estilo se distribuye en los detalles a veces imponderables de la emisión de la voz: más cantado que conversado, más conversado que cantado, según sea el contenido de lo que interpreta, y hasta de acuerdo al modelo original recogido; es decir, a la manera de cantar y de tocar de la cantora que se lo enseñó. En la intención del verso y aun en el ambiente en que estos y la música se originaron penetra la intérprete con verdadera percepción psicológica. Tómense, por ejemplo, las tonadas «Una naranja me dieron” y «Huyendo voy de tus rabias», que están contenidas en esta grabación, y escucharemos a la campesina cerruca, a la huasa tal como era, y como es todavía en algunos apartados lugares del sur.
En «Atención, mozos solteros», de esta misma colección, se descubre, en cambio, un ritmó difícil de encontrar en cualquiera composición y desde luego casi imposible de repetir memorizándolo. Ritmo y contrarritmo que se desarrollan en formas sincopadas poco comunes en el folklore del extremo sur.
El humor que campea en estas historias cantadas se introduce a veces hasta mediante las deformaciones intencionadas del lenguaje. En la tonada valseada «Yo tenía en mi jardín” la picardía consiste en acentuar obligadamente la última sílaba de cada verso, para hacer cuadrar la rima, con lo cual, claro está, el versificador quiere decirnos que no tuvo la menor intención de tomar el verso en serio, y que nosotros podemos arreglarnos con la rima que a él le dé la gana. El caso nos era conocido con el poeta humorístico Osnofla, que deleitaba hace años a los lectores de una revista santiaguina, y que, por lo que encontramos en las antiguas tonadas recogidas por Violeta Parra, debió inspirarse en ellas.
Un aire tradicional, «Blanca flor y Filumena», conserva el característico sabor del trasplante hispánico en esta parte de América, y se originó, a lo que parece, antes de nuestra Independencia.
Nos parece que es ya tiempo de decir que es necesario reconocer la validez de esta fisonomía del antiguo Chile que aparece en las canciones recogidas, es decir, desenterradas y resucitadas por Violeta Parra. Una música popular híbrida, especie de hija de nadie, es casi lo único que hoy en día se sigue entre nuestro pueblo. Pero si bien no puede detenerse un proceso de universalización de la música popular, lo aconsejable es retomar la tradición que nuestro folklore ha dejado dispersa aquí y allá. La misma Violeta en algunas composiciones propias y su hermano Nicanor Parra, el eminente poeta de «Poemas y antipoemas”, en un aspecto importante de su poesía, nos dan el ejemplo de cómo se puede recrear sobre la esencia de nuestra tradición folklórica sin apropiársela indebidamente. Este es el caso preciso. Una retoma de la tradición folklórica aplicada a la música popular de nuestros días habrá de operar como una saludable transfusión renovadora sobre los mexicanismos, cubanismos y brasileñismos imperantes en la música popular del presente en nuestro país. En cierta proporción, esto se ha realizado en Perú y Bolivia, y aun en Argentina en las sencillas derivaciones de los aires pamperos.
Este disco es, por sí solo, una buena fuente de estilos, que los compositores de música popular podrían aprovechar cabalmente.
Contenido:
- Adónde vas, jilguerillo [Recogida en Chillán] (3:56)
- Atención, mozos solteros [Recogida en Lautaro] (3:01)
- Cuando salí de mi casa [Recogida en Hualqui] (5:23)
- Si lo que amo tiene dueño [Recogida en Quirihue] (3:38)
- ¿Cuando habrá como casarse? [Recogida en Quirihue] (2:37)
- Un reo siendo variable [Recogida en Totoral viejo – Isla Negra] (3:23)
- Si te hallas arrepentido [Recogida en San Vicente de Tagua-Tagua] (2:16)
- Las tres pollas negras [Recogida en Lautaro] (3:50)
- Una naranja me dieron [Recogida en Mulchén] (2:47)
- Huyendo voy de tus rabias [Recogida en Chillán] (3:50)
- El joven para casarse [Recogida en Quirihue] (2:06)
- Tan demudado te he visto [Recogida en Chillán] (3:51)
- Yo tenía mi jardín [Recogida en Concepción] (2:25)
- Imposible que la Luna [Recogida en Ñilahue] (3:43)
- Blanca Flor y Filumena [Lumaco] (4:03)