El compositor chileno Eduardo Yáñez fue una de las tantas personas detenidas en los primeros días de la dictadura militar, siendo conducido al Estadio Chile. En este recinto se encontró con su amigo Víctor Jara, con quien tuvo la oportunidad de intercambiar algunas palabras… fueron las últimas que pudo escuchar de Víctor, quien sería asesinado poco después.
El año 2009, a petición mía, que en ese momento oficiaba como director de PERRERAC, Eduardo plasmó en papel los recuerdos de aquella última conversación con Víctor, donde nos cuenta parte de los sentimientos que cruzaban al cantautor en aquel momento.
Hoy que el nombre de Víctor Jara vuelve a llenar los medios de prensa, luego de que la justicia chilena sometiera a proceso a los sujetos que han sido sindicados como autores de su homicidio, vuelvo a publicar este artículo de Eduardo Yáñez, pues me parece un testimonio invaluable que no debe quedar en el olvido.
Esto fue lo que me contó el Víctor, por Eduardo Yáñez.
Eran casi las tres de la tarde, y nos fuimos al departamento de la Paty, que quedaba en República con Blanco Encalada. Éramos 4 y todos comunistas. No podíamos volver cada uno a su casa porque no se podía, luego iba a implantarse el toque de queda y eso se nos ocurrió y así lo hicimos. Lógicamente ese día era el 11 de Septiembre de 1973. Llegamos al departamento, fuimos vistos por vecinos y para peor, en el edificio, vivían militares de la FACH. Cerca de la medianoche allanaron el lugar donde estábamos y fuimos llevados al regimiento Tacna, que quedaba cerca. Allí había ya unos, qué sé yo, 200, 300, 400 personas que estaban en calidad de detenidos. Dormimos esa noche en caballerizas, apilados los unos junto a los otros y es todo un tema lo que allí vivimos; pero vamos al punto: el miércoles 12 serían las 9, o 10 de la noche, fuimos trasladados al Estadio Chile. Sólo había lugar en la cancha, lo demás “todo vendido”, así que a la cancha nos fuimos (cancha de basketbol).
El jueves a alguna hora, quise ir al baño. Había una larga fila a través de una especie de pasillo pegado a la pared sur, en el nivel alto del estadio detrás de la última fila de asientos, que estaban desde luego, ocupados por prisioneros como nosotros. Ellos nos daban la espalda, de acuerdo a su natural ubicación. En un momento escucho que alguien pronuncia mi nombre. Era Víctor Jara, sentado a menos de un metro de donde nos encontrábamos los que estábamos de pie, esperando turno. El miraba hacia atrás. Nos saludamos y la conexión no duró más de uno o dos minutos porque había que seguir avanzando. El día viernes 14, ya la situación ambiental estaba algo menos tensa en el sentido de que podíamos movernos más, trasladarnos discretamente de un punto a otro, y nos habían dado un plato de comida después de más de dos días sin comer. Y lo que hice fue buscar a Víctor. El estadio estaba lleno de gente, y nos habían reordenado. Recorrí galerías y cancha, lenta y pacientemente hasta que lo encontré en el sector norte. Allí conversamos, no sabría decir cuánto tiempo pero debe haber sido cerca de una hora. Tampoco recuerdo todo lo que hablamos pero hay dos cosas que sí recuerdo: la primera es importante como recuerdo más bien sólo para mí, pero igual la contaré. Casi al final de la conversa le comenté: “vamos a tener que hacer una obra musical de todo esto, ah?” y él contestó: “Sí, bueno, cada uno lo habrá de hacer a su manera”. “No pues, —repliqué— tenemos que hacerla entre los dos”. Y él se demoró un poco en contestar y dijo: “me gusta lo que estás diciendo”, como valorando mis palabras, mi entusiasmo, pero no significaba que estaba acogiendo mi propuesta.
El otro recuerdo, es el que me acompaña siempre y está marcado a fuego en mi conciencia. Esto fue lo que me contó:
“Estábamos en casa con Joan, habíamos ido a dejar a las niñas al colegio y de vuelta escuchamos las noticias. En algún momento dije: Joan, yo tengo que tomar una actitud. Conversamos las posibilidades y decidimos que había que ir a buscar a las niñas. Acto seguido me fui en la “Renoleta” (vehículo de su propiedad) a la Universidad Técnica porque ahí iba a hablar el Presidente (Salvador Allende)”.
Me siguió contando cosas que no percibo bien en este instante, pero de pronto me dijo:
“Tú no te imaginas cuantas veces estuve al lado de la Renoleta, abría la puerta, y después la cerraba. Entraba (a la UTE), preguntaba a algún compañero: ¿qué hago? Y me decía: tienes que irte y asilarte. Le preguntaba a otro y contestaba: es mejor quedarse. Y volvía a la Renoleta, abría la puerta, y después la cerraba. Hasta que me quedé.”
Cuando terminamos de conversar, me volví al lugar donde estaba, junto a mis amigos con quienes habíamos estado juntos en todo este lío. El día sábado 15 comenzó el traslado de los detenidos al Estadio Nacional, lugar que fue habilitado para mostrar al mundo, que los prisioneros eran muy bien tratados y más encima gozaban de un montón de esos derechos llamados “humanos”. Lo que vi y viví me indica que el plan no fue llevado a cabo con exactitud, pero volvamos al traslado.
El sábado, puede haber sido como a las 11 a.m., el grupo donde yo estaba, comenzamos a movilizarnos para salir, e hicimos (una vez más) una larga fila en el nivel 2 de altura, por así decirlo, junto a la galería, o tribuna, no sé cómo explicarlo. Nos íbamos acercando a la esquina noreste del estadio, donde había una escalera por la que teníamos que bajar al primer piso. Desde esa esquina se ve el pasadizo que une el sur con el norte, pared “cordillera”. Desde allí vimos a Víctor, a unos 8 o 10 metros de nosotros. Estaba solo y con las manos en la nuca. Había sido separado de su grupo y nos miraba. Cuando me acuerdo de su rostro, su expresión, (esa fue la última vez que lo vi) no puedo dejar de ver a un niño. Un niño que se pregunta: “¿y por qué yo no voy con ellos? ¿cómo sigue este juego? que ya es bastante estúpido. Yo no soy una mala persona, qué quieren de mí, lo que quieran de mí, éste soy yo y éste voy a seguir siendo”. Y así fue. Unos días después alguien dentro del Estadio Nacional, contó que Víctor había sido encontrado muerto cerca del cementerio metropolitano, había salido la noticia en los diarios y me parece que la noticia hablaba de que había muerto en un enfrentamiento.
Todos estos recuerdos los guardo como un sencillo tesoro. En 1972, comenzamos a ser amigos y en 1973, nos veíamos bastante en torno a las actividades artísticas y políticas. Recuerdo haber estado presente durante la grabación de “La población”, dentro de la sala de grabación en los estudios IRT, toda una noche, como a las tres de la mañana me dio sueño, tomé las parkas de los músicos, todos amigos y amigas, hice un colchoncito en un rincón y dormí como dos horas (la sala era grande).Cuando desperté seguían grabando. Por otra parte, muchas veces ocurrió que estando hasta tarde, pasadas las 10 de la noche por ejemplo, en la sede central de las JJCC, avenida República, yo le “hacía dedo” o él se ofrecía llevarme, puesto que vivíamos cerca el uno del otro, a unas 12 o 14 cuadras de distancia, en la comuna de Las Condes, un poco más abajo de Tomas Moro, cerca de Colón.
Víctor Jara fue sometido a una prueba que no sé cómo se vive, no sé qué significa, y que él presintió: “…el que morirá cantando las verdades verdaderas…”. Lo que sí sé es que más allá de su cartel de héroe internacional, era un ser humano. Era el Víctor, le gustaba cantar y no quería morir. También sé que veo brotar de su persona y sus canciones, esa luz que es belleza y dignidad, talento y alegría al servicio de algo que sea necesario, que sea entretenido y admirable. Yo quiero ser así, y así quiero honrar su memoria.
Eduardo Yáñez Betancourt
Cantautor chileno
Santiago, septiembre de 2009.-
impactado, debo decir que un héroe tubo la suerte de ser visto por otro ,,,,,