Larga duración dedicado a presentar el trabajo de los hermanos Isabel y Ángel Parra, artistas que por aquel entonces dirigían y actuaban en la mítica “Peña de los Parra”; centro artístico-musical ubicado en Carmen 340 (Santiago), cuna del movimiento de la Nueva Canción Chilena. Fue publicado por el sello Arena en 1968, con el número de serie LPD-054.
Dice en la contraportada del LP:
Desde hace más de tres años, cada noche do los jueves, viernes y sábado, a la hora en que Santiago se despereza para descansar, se encienden las velas del viejo cantar de Chile y de América en una antigua casona de la calle Carmen. Es la Peña de los Parra la que se desvela y encandila, con Ángel e Isabel Parra de oficiantes de este musical rito nocturno, que cuenta con un ejército de fanáticos que le siguen noche a noche.
La Peña de los Parra ha sido el cuartel general da la revolución folklorista que se ha desencadenado en Chile, que ha despertado la emulación con cerca de un centenar de otras peñas en Santiago y en las provincias, y que ha dado a nuestra música popular y tradicional patente de benemérito, cuando hasta hace poco había que tararearla a escondidas, porque era estimada vulgar.
Ha sido, pues, la Peña de los Parra, fundada en abril de 1965 por Ángel e Isabel Parra, hijos de Violeta la grande, la que dio origen al surgimiento de una pléyade de compositores y cantores de este género popular, que es neofolklórico, desde que está basado principalmente en las formas tradicionales. Compositores-cantores como Rolando Alarcón, Patricio Manns y Víctor Jara, son hijos de la Peña. Ahí probaron ellos mismos sus armas; ahora gozan de celebridad popular. Buenas voces, buenas canciones, público bueno, la Peña es ya conocida en todo el mundo. Lo primero que se hace con un extranjero que llega a Santiago es llevarlo a la Peña de los Parra. Y durante tres días de todas las semanas del año, un público ávido de escuchar a los Parra se junta en la Peña, haga calor o frío.
Antes de que los cantores aparezcan, la Peña no es sino un bodegón viejo, pintado de rojo opaco como las casas coloniales, de cuyos muros apenas si cuelga alguna red o un objeto cualquiera, sin valor. Algunos amigos de la inmortalización han grabado su nombre en los veteranos muros. Pisos de totora, poca luz. Alguien trae un vaso de vino tinto para todos. No se vende. La entrada es todo lo que se paga. La gente conversa en voz baja. El ambiente de intimidad y la penumbra apañan cualquiera voz. En el espacio que comunica los dos ambientes del bodegón, no más que un entarimado rústico, en el que apenas caben las dos sillas de los cantantes. Si son varios los que actúan, se acomodan en el suelo. En tanto no aparezcan los cantores, no hay mucho que mirar. Se produce silencio, porque ahí entra Isabel Parra, como intimidada. Detrás, Angel, mohíno. Ganan la pequeña tarima, se sientan, afinan sus instrumentos. Ella tiene un charango, él una guitarra clásica. Quien no los haya escuchado nunca tendrá una primera impresión de confianza, por esa aparente indiferencia. Silencio. Rompe el canto y el guitarreo en un contrapunto que comienza fortísimo. Las voces se alzan, van alcanzándose, separándose, se enlazan con las de las guitarras, el milagro de la comunión entre los cantantes y el público se ha producido. Son dos fenómenos de voz y ritmo, de timbre grave y saudadoso la una, de sugerente calidez la otra, bellas y perfectamente afinadas ambas. Las manos de Chabela trinan en un verdadero murmullo, como si apenas rozaran las cuerdas del charango; las de Ángel puntean con apasionada violencia. El público los sigue pegados todos a esa línea fustigante de los cantores, cuyas voces expresan las alegrías y los dolores de los pueblos americanos. Pasión, una verdadera pasión es la que se apodera de estos chiquillos que nacieron cantando y guitarreando. Se dan enteros cada noche, y por eso el público los siente y los quiere.
Cada canción con su instrumento cabal. ¿Cuantos instrumentos toca Angel, cuantos Isabel? No los hemos contado, pero ninguno tiene dificultades para ellos: las diferentes guitarras que se tocan en América, el arcaico guitarrón de veinticinco cuerdas, la quena y la flauta, sin mencionar las percusiones.
En este disco, los Parra dan una muestra de su talento y del virtuosismo con que saben exaltarlo.
Hay que agradecerles a Isabel y a Ángel Parra, esta devoción que los hace rechazar contratos y honores extranjeros, para seguir fieles a este culto irrenunciable de la música vernácula, para el cual realmente viven.
ENRIQUE BELLO
Canciones:
- Buscando camino y luz [Ángel Parra] (2:01)
- Terciopelo negro [Jorge Araujo Chiriboga] (3:24)
- Malembe [Popular venezolana] (2:18)
- Versos por el mundo al revés [Folklore – Recop. Violeta Parra] (3:13)
- Hasta siempre [Carlos Puebla] (4:08)
- De mis pagos [Julio Argentino Jerez] (2:20)
- La petenera [Elpidio Ramírez)] (3:01)
- Elpidio Ramírez [Folklore – Recop. Angel Parra] (2:34)
- A mi palomita [Folklore] (2:33)
- En el cuarto ‘e la Carmela – Un viejo me pidió un beso [Folklore – Recop. Violeta Parra] (2:57)
Muy buen albun,gracias por subirlo
Miles de miles y millones de gracias, es una joyita esto.